Religión y placer sexual: creencias, prácticas y desafíos

religión y placer

A lo largo de la historia, la imbricación entre religión y sexualidad ha sido un aspecto complejo y polifacético de la vida humana.

Desde las antiguas creencias religiosas que celebraban el placer sexual y viejas follando como un don divino hasta los debates contemporáneos sobre el papel de la sexualidad en la práctica religiosa, esta relación ha evolucionado con el tiempo.

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El amor y la santidad

Tengo en el corazón presentar algunas notas sobre un tema que, creo, es de importancia para el momento actual; y, al hacerlo, tengo presente el espíritu de un tratado sobre el cual las circunstancias han llamado la atención, y he revisado este tratado desde el punto de vista práctico.

Me veo más urgido a hacerlo por cuanto he leído, hace algún tiempo, en el periódico «The Present Testimony», un artículo que ponía el tema sobre un terreno que no he hallado del todo exacto, en que no consideraba, según mi parecer, más que un solo lado del tema.

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El amor es el poder que reúne

dios como amor y luz

El amor de Dios en Cristo no es solamente un objeto que reúne, sino que es una actividad que reúne. El amor necesita un objeto; actúa y se manifiesta. Así es cómo Dios ha actuado. El concepto de Dios que el paganismo ha elaborado es totalmente distinto. Éste concibe las profundidades silenciosas del propio conocimiento como mero intelecto, aunque supone erróneamente que la materia es igualmente eterna, y que recibe de Dios nada más que forma; pero que entonces vino a ser activo para generar pensamientos y, objetivamente complacido con ellos, vino a ser activo en creación para producirlos según verdad. Con este esquema, los paganos con razón hicieron de las primitivas tinieblas la madre de todas las cosas. Pero tal no es nuestro Dios.

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¡Un corazón para Cristo! (parte II)

Lector, ¡medite en esto! Aquí tenemos a un apóstol, a un predicador del Evangelio, a un profesante de fuste; pero, bajo el manto de la profesión, yacía un “corazón habituado a la codicia” (2.ª Pedro 2:14), un corazón que tenía amplio espacio para “treinta piezas de plata”, pero ni un solo rincón para Jesús. ¡Qué caso! ¡Qué cuadro! ¡Qué advertencia! ¡Oh, los profesantes sin corazón cuánta necesidad tienen de mirar a Judas, de considerar su línea de conducta, su carácter, su fin! Predicó el Evangelio, pero nunca lo conoció, nunca lo creyó, nunca lo sintió. Pudo haber pintado los rayos del sol en cuadros, pero nunca sintió su influencia. Tenía abundancia de corazón para el dinero, pero no un corazón para Cristo. Como “el hijo de perdición”, “se ahorcó”, “para irse a su propio lugar” (Juan 17:12; Mateo 27:5; Hechos 1:25). Cristianos profesantes, guárdense del conocimiento intelectual, de la profesión de labios, de la piedad oficial, de la religión mecánica; guárdense de estas cosas y procuren tener un corazón para Cristo.

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¡Un corazón para Cristo! (parte I)


En este solemne capítulo tenemos revelados muchos corazones. El corazón de los principales sacerdotes, el de los ancianos, el de los escribas, el de Pedro y el de Judas. Pero hay particularmente un corazón distinto de todos los demás: el de la mujer que trajo el vaso de alabastro con el perfume de gran precio para ungir el cuerpo de Jesús. Esta mujer tenía un corazón para Cristo. Ella podía ser una gran pecadora, una pecadora muy ignorante; pero sus ojos habían sido abiertos para ver en Jesús una belleza que la llevó a juzgar que nada de lo que se gastara en él podría ser demasiado caro. En una palabra, ella tenía un corazón para Cristo.

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