¿Libre albedrío o “no depende del que quiere”?

La pregunta que planteo es muy importante para definir qué creemos del pecado, de la gracia soberana de Dios y de la responsabilidad del hombre. ¿Enseña la Biblia que el hombre tiene un «libre albedrío»? ¿O más bien enseña que está muerto en delitos y pecados, necesitando que la gracia soberana le de vida?

¿Qué es el «libre albedrío»? Muchos, aparte de la Filosofía, enseñan la doctrina del «libre albedrío», esto es, una supuesta capacidad del hombre natural de no estar enteramente perdido, sino de poder (y querer, por cierto) arrepentirse y creer a Dios. Se dice que el hombre cuenta con la capacidad moral de tomar decisiones agradables a Dios y de hacer la elección de dirigir su alma a Dios en obediencia a Él, y que estas decisiones son realizadas libremente por la voluntad del hombre natural.

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La enseñanza de los doce apostoles

Tal es el título de un manuscrito griego recientemente descubierto que también es conocido más literalmente en su forma más extensa y pretensiosa como «La enseñanza del Señor a los gentiles por medio de los doce apóstoles». Magro e incorrecto, sirve para poner de manifiesto el melancólico y rápido desvío del segundo siglo respecto de la verdad revelada en el primero. El manuscrito data del siglo XI, y fue hallado hace unos años por Filoteo Bryennios, quien más tarde viniera a ser metropolita de Nicomedia, en la biblioteca del patriarca de Jerusalén en Constantinopla. Cualquier estudioso puede apreciar las fuertes analogías entre este documento y la Epístola del Pseudo-Bernabé así como del Pastor de Hermas, de las que generalmente se dice que pertenecen a principios y a mediados del siglo II. Algunos han argüido que son aún más antiguas, pero ni el descubridor más entusiasta defiende una época tan temprana ni semejante.

El único valor de todos estos documentos patrísticos es que constituyen una prueba uniforme e invariable de cuán gravemente la iglesia cayó en el judaísmo. La exagerada estimación de los últimos descubrimientos en nuestros días, formada por hombres de diversas escuelas, demuestra lo mismo hoy.

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El perdón de los pecados

¡Qué bendición poder leer en la Palabra de Dios: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32:1)! Sin duda, esto es una gran bendición; y fuera de ello no existe ninguna. Tener la plena seguridad de que todos mis pecados han sido perdonados es el único fundamento de la verdadera felicidad. Ser feliz sin tener esta seguridad, es como serlo al borde de un precipicio en el cual, de un momento a otro, puedo ser echado para siempre. Es absolutamente imposible que una persona pueda gozar de una verdadera y sólida felicidad mientras no tenga la divina seguridad de que toda su culpa ha sido borrada por la sangre vertida en la cruz.

Cualquier incertidumbre a este respecto será seguramente una fecunda causa de angustia moral para todos aquellos que han sido conducidos a sentir el peso del pecado. Si dudo entre si todos mis pecados han sido llevados por Jesús o si ellos están aún sobre mi conciencia, sólo puedo sentirme miserable.

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Los denominados «Padres Apostólicos» acerca de la segunda venida del Señor

Una breve examinación será suficiente para probar el valor de estos escasos restos de antigüedades cristianas a fin de comprobar la veracidad de lo que proponen. Lo asombroso es que cualquier persona de discernimiento espiritual que los haya leído con cuidado, los estimará de mínimo valor, especialmente en lo que respecta a la Segunda Venida. Es realmente penoso el interés en ellos, teniendo en cuenta que estos escritos constituyen un testimonio del rápido apartamiento y de la profunda caída de la enseñanza apostólica.

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Las obras, frutos de la vida divina

“Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10).

Si algo pudiese aumentar el valor de esta amorosa exhortación, sería el hecho de que la hallamos al final de la Epístola a los Gálatas. A lo largo de esta notable Epístola, el inspirado apóstol corta de raíz todo el sistema de justicia legal. Demuestra, de manera irrefutable, que ningún hombre puede ser justificado a los ojos de Dios por las obras de la ley, cualquiera sea su naturaleza, ya morales, ya ceremoniales.

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