La separación del mal es el principio divino de la unidad

La unidad es una necesidad presente ante el avance del mal
Todo cristiano sensato siente hoy la falta de unidad. Todos sentimos el poder del mal que nos acecha. Las seducciones del pecado se aproximan tan cerca, sus rápidos y gigantescos progresos son tan evidentes, y afectan de una manera tan íntima los sentimientos particulares que caracterizan a toda clase de cristianos, que no es posible que sean ciegos a lo que pasa alrededor de ellos, por poco que aprecien la verdadera fuerza y el carácter de este mal.
Mejores y más santos sentimientos también despiertan en ellos la conciencia de un peligro común que los amenaza, peligro que amenaza la causa de Dios —en tanto ésta es confiada a la responsabilidad del hombre— por parte de aquellos que nunca ahorraron ni ahorrarían esfuerzos por destruirla. Y dondequiera que el Espíritu de Dios obre para hacer apreciar a los santos la gracia y la verdad, esta acción tiende y conduce a la unión, porque no hay más que un solo Espíritu, una sola verdad y un solo cuerpo.
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