La enseñanza de los doce apostoles

Tal es el título de un manuscrito griego recientemente descubierto que también es conocido más literalmente en su forma más extensa y pretensiosa como «La enseñanza del Señor a los gentiles por medio de los doce apóstoles». Magro e incorrecto, sirve para poner de manifiesto el melancólico y rápido desvío del segundo siglo respecto de la verdad revelada en el primero. El manuscrito data del siglo XI, y fue hallado hace unos años por Filoteo Bryennios, quien más tarde viniera a ser metropolita de Nicomedia, en la biblioteca del patriarca de Jerusalén en Constantinopla. Cualquier estudioso puede apreciar las fuertes analogías entre este documento y la Epístola del Pseudo-Bernabé así como del Pastor de Hermas, de las que generalmente se dice que pertenecen a principios y a mediados del siglo II. Algunos han argüido que son aún más antiguas, pero ni el descubridor más entusiasta defiende una época tan temprana ni semejante.

El único valor de todos estos documentos patrísticos es que constituyen una prueba uniforme e invariable de cuán gravemente la iglesia cayó en el judaísmo. La exagerada estimación de los últimos descubrimientos en nuestros días, formada por hombres de diversas escuelas, demuestra lo mismo hoy.

Si examinamos los dieciséis capítulos que componen el tratado, —exceptuando la oración del Señor y unos pocos textos extraídos sustancialmente de las Escrituras— no encontraremos ni una sola expresión de verdad de peso, nada que indique el gozo de la libertad en Cristo, ninguna claridad en cuanto a la redención, ninguna vaga noción de la presencia del Espíritu Santo enviado del cielo, ni acerca de la relación celestial de la iglesia ni de los privilegios especiales del cristiano. Es peor que deficiente, como puede comprobarse con sólo echar una ojeada al primer capítulo. En él, la ley usurpa el lugar del Evangelio desde el principio hasta el final. Está claro que el autor tenía ante sí, además del Antiguo Testamento, el Sermón del Monte en Mateo, el Evangelio de Juan, las epístolas a los Romanos y a los Corintios y la epístola de Santiago; pero, ¿dónde encontramos una verdadera inteligencia espiritual de las cosas?

Todo es pura letra, no espíritu. No hay ningún testimonio de cómo las almas reciben la vida, de modo de tomar el camino que conduce a la vida y de rechazar el camino ancho que conduce a la muerte; no se expresa ningún sentido justo de esa gracia en la que solamente somos guardados por el poder de Dios mediante la fe. Es notable el contraste con Romanos capítulo 5 u 8, donde, en el último, queda claro que las demandas justas de la ley están cumplidas en aquellos “que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. Y lo mismo vemos en el capítulo 13 de esta epístola, donde el amor —imposible en nosotros aparte de la fe y de la vida en Cristo— se dice verdaderamente que es “el cumplimiento de la ley”, amor que nunca la propia ley logró cumplir. Menos todavía la doctrina del tratado es siquiera una aproximación a la doctrina enseñada en las epístolas a los Efesios, a los Colosenses y la primera de Juan.

El autor, sin el menor respaldo, interpola «el ayuno» dentro de su cita de Mateo 5:41, y ofrece una falsa promesa a aquellos que aman a quienes los aborrecen («Vosotros amad a los que os aborrecen, y no tendréis ya enemigos»). ¿Acaso el autor no sopesó nunca la muerte de Esteban, o la de Santiago el hijo de Zebedeo, o de otros que fueron muertos por causa de Cristo, por no mencionar a Aquel que constituye la sustancia y la piedra de toque de toda verdad?

Es sorprendente que algún cristiano fuese a creer que esta débil e incluso falsa expectativa pudiese ser una probable tradición oral de las palabras del Maestro. Sin duda, por regla general, aquellos que son celosos del bien desbaratan a los que hacen daño, como lo muestra 1 Pedro 3 en referencia al Salmo 34. Pero el mismo apóstol enseña que nuestra parte es hacer el bien, padecer por causa de la justicia, y tomarlo con paciencia, lo cual, de hecho, es gracia, no ley, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus pisadas.

Incluso esta «Enseñanza» a continuación cita palabras completamente incompatibles con sus comentarios precedentes; pues cuando agrega repetidamente «No puedes esto o aquello» el autor exagera, a menos que su intención guarde consistencia con la gracia. Sus notas, por cierto, son singularmente pobres por todas partes, y en ningún caso sugieren una sola tradición oral digna del Salvador.

¡Qué extraño, frente a Mateo 5:42, imaginarse algún mandamiento tradicional del Señor sobre el tema de dar! ¡Y es algo realmente demasiado malo que un cristiano sensible diga de la última frase del primer capítulo —«Antes de dar limosna, déjala sudar en tus manos, hasta que sepas a quien la das»— que ello claramente se refiera a algún dicho oral de autoridad pronunciado por nuestro Señor o por alguno de sus seguidores más cercanos!

Todos aquellos instruidos en la verdad y familiarizados con las Escrituras más bien juzgarán el documento como de estilo vulgar, completamente indigno del más mínimo sentido de inspiración. Por cierto que es prácticamente imposible de reconciliar con los auténticos escritos que le preceden o con las mismas palabras del Señor.

Hay poco o nada digno de destacar en los capítulos 2 y 3, salvo quizás la frase que Clemente de Alejandría cita como escritura de este tratado, a saber: «Hijo mío, no seas mentiroso, porque la mentira lleva al robo.» Hubiera sido lo mismo que decir «No seas ladrón, pues el robo lleva a la mentira.» Ni uno ni otro pensamiento expresado es conforme a las Escrituras, sino que están muy por debajo del carácter distintivo de ellas.

Pero el capítulo 4 comienza con una exhortación a honrar a aquel que habla la Palabra de Dios como al Señor, y por esta extraña razón: «porque donde se anuncia el señorío, allí está el Señor». Poco después, al urgir en dar con liberalidad, se dice: «Si adquieres algo por el trabajo de tus manos, darás de ello como rescate o redención por tus pecados.» ¿Qué clase de doctrina es ésta? Seguramente que no proviene de Dios, sino que es puramente humana.

De nada sirve referirse a Daniel 4:27, donde el profeta exhorta al vanidoso y caprichoso rey, no a la redención, sino a romper con sus pecados por la justicia (la versión de los LXX dice «por limosna») y sus iniquidades haciendo misericordia para con los pobres (o afligidos) “pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad”. ¡Qué sobria es la Palabra de Dios, en contraste con la falsa y extravagante palabra del hombre! Estoy enterado de los esfuerzos por hacer que la versión caldea profiera un error similar, y cómo los padres griegos y latinos, así como otras mentes supersticiosas lo adoptaron. Pero De Dieu y otros refutaron mucho tiempo atrás la heterodoxia, y sobre sólidos fundamentos lingüísticos. La traducción hecha tanto por la Versión Autorizada como por la Revisada, es correcta.

No vale la pena seguir revisando el tratado y adentrarnos a considerar cuestiones de menor importancia; pero en todos estos detalles también, el tratado se aparta de las Escrituras.

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